El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) constituye un problema de salud pública que involucra a las esferas psicológica, educativa y social de los niños que son diagnosticados cada año. Se trata de un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que interfiere con el desarrollo. Los avances en neurociencia señalan que la mayoría de sus dificultades se centran en la disfunción ejecutiva, baja tolerancia a la frustración y procesos de atención.
El diagnóstico del TDAH requiere que algunos de los síntomas que causan alteraciones o deterioro estén presentes en varios contextos, por ejemplo, en casa y en la escuela. Esto implica que la información a partir de la que se establece el diagnóstico se debe recoger de diferentes informantes. Es por ello que, tanto familia como profesorado, deben proporcionar información que es extraordinariamente útil en la evaluación y diagnóstico del TDAH. Por ello, en el artículo de hoy nos centramos en consejos útiles tanto para familias como para la comunidad educativa.
Cambios durante el desarrollo y según el sexo
Diferentes estudios han encontrado que los síntomas y las conductas asociadas al TDAH cambian durante el desarrollo y que varían en frecuencia e intensidad según la edad y el sexo. Concretamente, familias y profesorado consideran que los niños en edad preescolar presentan más síntomas de hiperactividad-impulsividad que de desatención. Los síntomas de desatención son más frecuentes en los niños de 5 a 12-14 años, y menos frecuentes en los de 4 a 5 y 14 a 18 años. A la hora de evaluar según el sexo, los niños presentan mayor número de síntomas de TDAH que las niñas, aunque, cabe destacar que, en algún estudio no se han encontrado diferencias significativas según la edad y el sexo.
A medida que se pasa de Educación Infantil a los ciclos de Educación Primaria se va incrementando la frecuencia de las conductas relacionadas con el TDAH. Esto sugiere que aumentan las exigencias de control de la atención y de la actividad excesiva, tanto en casa como en la escuela. En este sentido, su entorno, juzga con más severidad esta falta de control. Además, como dato curioso, también se ponen de manifiesto diferencias significativas entre sexos, siendo las chicas las que muestran mayor control de la atención y de la hiperactividad-impulsividad.
En casa, cuidar la montaña rusa de las emociones.
En el ámbito del hogar, se abre un nuevo mundo de altibajos emocionales. Son algo inherente a los niños con TDAH, dadas las dificultades existentes a nivel de regulación emocional. A continuación, se destacan algunos consejos.
Para empezar, se debe tomar conciencia y cambiar la actitud para mejorar el día a día con tu hijo. Es importante elogiar su esfuerzo en tareas que le cuesten trabajo, también ante los demás, para reforzar y fortalecer su autoestima. Ayúdale a aceptarse tal y como es utilizando mensajes positivos, cambiando el “ser” por el “estar” (por ejemplo, “puede que estés nervioso ahora”, en vez de “eres muy inquieto, no paras”). Cree en él y préstale atención. Enséñale a que las cosas pueden salir bien a la primera, explicándole que hay muchas variables que influyen en el resultado final. De este modo, estarás inculcando tolerancia a la frustración. Guíale para descubrir qué se la da bien, en qué es bueno. Demuéstrale cariño y evita las comparaciones. La falta de actividad física y de estar al aire libre puede acentuar su desregulación, por la ansiedad y la frustración acumulada. Cuando se ponga inquieto, busca formas de que se mueva y explore el movimiento sin que suponga una molestia para los demás, ¡apuesta por el deporte y el baile!
En la escuela, orientaciones básicas para trabajar con alumnado TDAH
Empezaremos por algunas estrategias conductuales como establecer y consensuar las normas, los límites y consecuencias claras tanto dentro como fuera del aula. Debemos utilizar siempre el refuerzo positivo en las conductas que queramos premiar por ser las adecuadas, el truco está en corregir la conducta en privado y felicitar y reforzar en público. Es vital que los mensajes que lancemos se centren en corregir la conducta y no en la persona, de esta manera no minamos su autoestima etiquetándolos. Se deben permitir válvulas de escape como levantarse, avisar al conserje, mandar a hacer fotocopias o tiza, repartir, para facilitar el movimiento. Evitar tanto actitudes permisivas como autoritarias. Hacerle partícipe de las soluciones para corregir conductas y mantener entrevistas periódicas individuales donde animarle.
Si nos centramos en las tareas y deberes, se recomienda supervisar las actividades que sean largas, seleccionando los deberes más importantes para hacer primero. Se destaca el uso de la agenda como sustancial, debemos enseñarle a usarla y supervisarla con frecuencia tanto por la familia como por el profesorado sin olvidar los refuerzos, escribirle aspectos positivos y a mejorar.
En clase, es útil sentarlo cerca de la mesa del profesor, supervisar con frecuencia sus ejercicios y asegurarse bien de su comprensión, procurar que esté cerca de compañeros y compañeras que le sirvan de modelo tranquilo y posible ayuda. Evitar situarlo en zonas con estímulos, ya sea cerca de ventanas o puertas. Es muy importante que en la mesa solo esté el material necesario para recogerlo y guárdalo al finalizar, también mantener contacto visual frecuente.
Algunas propuestas metodológicas serían intentar mantener un clima motivador, estructurado y con rutinas. Reducir el tiempo de explicaciones verbales que sean muy largas, favorecer su implicación y participación con metodologías activas. Utilizar múltiples formas de presentación del contenido, sea a través del uso de fichas, el libro o soporte informático. Es muy interesante enseñar y aplicar de forma práctica las técnicas de estudio inherentes a cada materia (uso de esquemas, mapas conceptuales, subrayado) y reforzar y motivar hacia la consecución de logros.
Por último, en cuanto a la evaluación, debemos manejar diferentes formas e instrumentos de evaluación, programando fechas de exámenes con antelación, mínimo una semana. Procurar que los exámenes no sean muy largos, con preguntas claras, breves y cerradas. Dejar espacio aproximado para cada pregunta, ayudando a organizar el espacio. Cabe la posibilidad de dar más tiempo y de poder completarlo oralmente. Insistir en la revisión antes de la entrega del examen, si es posible, para asegurarse que haya contestado.
Decía Viktor Frankl, sabio neurólogo, psiquiatra y filósofo superviviente de los campos de concentración nazis que “Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos” y es que cuando las familias y el entorno aceptan el diagnóstico del menor, comienza un proceso de transformación que acaba generando la mejor versión de ellos mismos.
Autora: Belén Aglio, Psicóloga.
Bibliografía
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